¡Ven Señor Jesús!
Este tercer domingo de adviento que acabamos de celebrar, la liturgia
nos acerca al Misterio para el que nos venimos preparando. Hemos recorrido ya
buena parte de este tiempo especial, meditando y poniendo especial atención a
estar listos para la segunda venida del Señor el día de la Parusía. Ahora
empezamos a mirar con recogimiento y esperanza esta su venida en la historia,
esa venida de hace 2000 años en Belén.
¡Tened paciencia! Nos dice a nosotros también el Apóstol Santiago. Y
al oírle experimentamos una renovada esperanza.
Hacemos el esfuerzo por pasar de la inteligencia teórica a la práctica y encender
nuestro corazón con el fuego del Corazón de Dios. ¡El Señor está cerca! Ya el
profeta Isaías se adelantaba en el tiempo para explicarnos el motivo de nuestra
esperanza; y nos lo dice también ahora, a las mujeres y hombres de nuestro tiempo, a ti y a mí: “Decid a los cobardes de
corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite;
viene en persona, resarcirá y os salvará”.
¡El Señor viene a Salvarnos!
El Niño Dios que nace en Belén viene a dar cumplimiento a cada promesa hecha
por Dios a su Pueblo; viene a dar respuesta a todos los anhelos reales y profundos
de nuestra alma; viene a hacer posible nuestro encuentro, nuestro abrazo eterno
con el Señor de todas las cosas! ¡Cómo no experimentar en estos días que quedan, una mezcla de constancia y de paciencia, virtudes que nos preparan para la
llegada de Dios que viene a nuestras vidas, que viene cada día, y que quiere que esta su venida sea redentora, sea consoladora y
enriquecedora. El Señor prepara su
llegada y “espera el fruto precioso”.
Tengamos también paciencia fortaleciendo nuestros corazones “porque la venida del Señor está cerca.”
¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo
podemos fortalecer nuestros corazones?
Ya de por sí somos frágiles y nuestros corazones “resultan todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos sumergidos. La ayuda no nos falta…” (Benedicto XVI). El Señor está siempre. San Bernardo hablaba de una venida intermedia entre la primera y la última, lo vimos en la presentación del adviento; en esa venida, la intermedia, estamos siempre, con el Señor que VIENE, que ESTÁ ya con nosotros y al que debemos salir a recibir con las lámparas encendidas. En el año Jubilar de la Misericordia que acabamos de culminar el Santo Padre nos invitó a tener las puertas abiertas del corazón para recibir a Cristo que sale a nuestro encuentro. Para tenerlas abiertas es importante tenerlas limpias, aptas para que el Señor pueda entrar a tomar posesión de lo que es suyo, nuestra alma, nuestra vida.
Es tiempo de hacer una buena
confesión
¿No estoy listo? O por el contrario ¿Ya me confesé hace algunos meses? ¿No me hace falta? ¿Cuándo crees que estarás listo? Basta con decidirse y prepararse con confianza y sencillez. Y a ti que crees estar siempre listo para recibirle, ¿qué mejor regalo para el Niño Dios que un Belén en tu corazón en el que hayas barrido bien las manchas que dejó el estiércol del pecado en él? Una buena confesión siempre es reconciliación, es ganar gracia, es más Luz.
Sigue los pasos para una buena
confesión:
- Examen de conciencia: Ponte en presencia del Señor. Lee en el evangelio algún pasaje sobre el perdón de los pecados: la mujer adúltera, el hijo pródigo, etc. Medita la Palabra de Dios en silencio y queriendo encontrar entre líneas lo que el Señor te dice y te ofrece a ti. Luego, revisa tus pecados. Repasa los mandamientos, las bienaventuranzas, los pecados capitales. Así, mirando el amor de Dios y tus actos podrás llevar cuenta de aquello que debes confesar. ¿Sabes qué ayuda? Piensa que es TÚ OPORTUNIDAD de quedar completamente limpio; piensa que te pondrás delante del Juez y todo lo que digas se te perdonará en el acto. ¡Te conviene! ¡Llévalo y dilo todo! Ayuda llevarlos escritos, por lo menos una ayuda memoria, pues luego entre los nervios y las emociones, olvidamos algo.
- Dolor de mis pecados: acto de contrición. Es tal vez la parte más “tuya” del sacramento, por decirlo de algún modo. Es lo que sigue a tu exámen de conciencia, a tu recuento de faltas. Por eso es tan importante estar en presencia de Dios al hacer el examen, sino puede terminar siendo algo frívolo, rutinario, “que toca”, como cuando haces una lista de pendientes. Y no es lo propio. Es un acto que nace del amor. Y ahora que he hecho un buen examen me duelo. ¡Le he ofendido! Y no es masoquismo, no es repetir y repetir mis faltas hasta que me duela de ellas artificialmente, sin ni siquiera entender bien por qué. Me duele porque le he ofendido a Él, a la Bondad Infinita- como reza tan hermosa oración-, y me duele porque te amo Señor, por eso me pesa el haberte ofendido, por eso y porque puedo perderte para siempre en el infierno, que sí que existe, me duele ver mi pecado. Por eso prometo confesarme, por eso propongo medios para no volver a caer en lo mismo, más allá de mi debilidad. Tú decides o contrición o atrición. Ya vimos la primera; la segunda es dolor por el hecho de haberme equivocado, por el daño que hace en mí esa mala obra. Es un dolor imperfecto pero es un buen primer paso y sí hay perdón de los pecados con él. Tú decides si das el paso luego a la contrición, pues el mismo sacramento del perdón te ensancha el alma y te corre velos para que vayas reconociendo más y mejor el amor de Dios. Acto de amor de Dios: amor y dolor: cara y cruz de la misma moneda. Dolor y alegría.
- Propósito de enmienda: vinculado a la contrición. Pasos para que sea práctico y sincero el dolor de corazón. Uno nunca tiene la seguridad de decir “esto no va a sucedes más”. Seguro acaba ocurriendo. Nos confesamos generalmente de lo mismo, pero siempre es un paso adelante, siempre es más gracia y ésta es la que me “capacita y ayuda a no ofenderle más". Lo que sí se nos pide es discernir qué pasos debo dar para cambiar la correlación de fuerzas: al ser tentado hay correlación de fuerzas. Dónde colocas a “tus tropas”: como un buen estratega, dónde me sitúo, para que con un buen JUICIO DE PRUDENCIA, no me deje vencer por la tentación. Hay que disponerse a cortar por lo sano con aquello que me hace caer. SIN DIALOGAR.
- Confesar los pecados al sacerdote: ¿Por qué ir ante el sacerdote? El papa lo dijo hace poco: “el sacerdote actúa in persona Christi. Representa a la Iglesia y a los hermanos que te perdonan”. Además, finalmente, más allá de todas las explicaciones teológicas e incluso psicológicas sobre lo positivo que es confesarse con “alguien”, está la simple y sencilla explicación POR EXCELENCIA: Jesús así lo quiere, “a quienes les retengáis los pecados le quedan retenidos, a quienes los perdonéis, perdonados”.
Recomendaciones cuando voy al
confesionario:
-
Acércate con fe confiada. “Es el Señor el que
está ahí”. “A través o a pesar de” el sacerdote que te va a atender. Es tan
consolador un buen consejo, pero no depende de ello el perdón. ¿A qué me
refiero? Si tienes una mala experiencia de esas que no quisiéramos que sucedan con
el confesor, que no sea excusa para no volver o para no confiar en el poder del
sacramento. Más bien piensa qué humilde es Dios y cómo cumple su promesa de
hacerse presente más allá de la idoneidad del ministro. Y todo porque te ama y
te espera para perdonarte.
-
Resolverse a decirlo “todo”. Empieza por aquello
que más te preocupa o te tiene más dolorido de conciencia.
-
Recuerda que vas a “acusarte”. Es mejor que seas
tú mismo a que otro te acuse ¿no? ¿Por qué lo digo? Vas a decir tus faltas no a
contar las faltas de los demás. Ejemplo: “Padre me acuso de haber perdido la
paciencia con mi hermano en casa porque él es muy desordenado y eso me exaspera”
(¿?). En este ejemplo ¿a quién acusas?
-
Si ves que estás muy necesitado de consejo más
detallado y de ser escuchado ese no es el mejor momento. Seguro hay otros como
tú que esperan ser absueltos. Confiesa concretamente tus faltas y luego pídele
una cita al padre para conversar en otro momento.
-
Alguna vez me han pedido modelos de confesión
(ja,ja,ja). Cada uno debe decir lo que lleva en el corazón, pero sí ayuda el
tener como pauta el confesar la “materia”
del acto malo y si es determinante el número de veces. Por ejemplo: “Padre he
mentido –aquí es importante especificar el tipo de mentira; no es lo mismo
mentir a una amiga en el cole que mentir a mi madre-, y he caído en ello más de
cuatro veces, o varias veces. No es
necesario contar la “forma” del pecado. En este caso: “he mentido a mamá cuando ella me preguntó si había hecho los
deberes y yo le dije que sí y realmente……”, donde lo que está en cursiva es
innecesario explicar.
l 5. Cumplir la penitencia impuesta: ya sabes, es la indicación a seguir que el padre te
da al absolver, en nombre de Jesús, tus pecados. Rezar, enmendarse haciendo tal o cual acción, ofrecer esto o
esto otro, etc. La penitencia te ayuda a fortalecer tu voluntad, a suplicar
gracia y al propósito de enmienda. Algo conversaremos de este punto más
adelante. Me he extendido mucho, pero los puntos anteriores lo justifican.
Sigue en esta ruta segura hacia el encuentro con Dios. Agenda hoy
mismo el día en el que te irás a confesar y míralo como un bello y humilde acto
de Dios que te pide preparar el Belén de tu corazón en el que quiere venir a
nacer lo más pronto. No dejes que el adviento siga avanzando y el Misterio de
la venida del Señor no cobre importancia en ti y en los tuyos. Tienes que poner
de tu parte y luego dejarle hacer a Él. Cuántos sacrificios hacemos por otros
temas completamente secundarios en estas fiestas: las colas interminables para
comprar regalos, las mil reuniones de festejo, las dietas para luego disfrutar del
banquete de nochebuena, etc., etc. No olvidemos lo principal, no olvidemos el
principio y el fin de estas celebraciones.
El Señor ya llega, ya viene:
¡ven Señor Jesús!
Siempre juntos en el Corazón de Jesús,
Hermana Antonella Sangio, PES
Siempre juntos en el Corazón de Jesús,
Hermana Antonella Sangio, PES
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