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domingo, 27 de noviembre de 2016

BUSCARÉ TU ROSTRO SEÑOR. Adviento


Hoy, domingo 27 de Noviembre  empieza un nuevo año litúrgico, el 2017, y con él nuevas esperanzas y ansias de encontrarnos con Jesús con un corazón mejor dispuesto, mejor preparado, crecido con las buenas y/o no tan buenas experiencias vividas en el año que acaba. El tiempo de adviento nos conduce a la Navidad, hacia el encuentro con Dios que viene y que será celebrado.

Dada su importancia, la Navidad está precedida por este tiempo en el que nos vamos preparando y disponiendo. ¿Cómo? La Iglesia nos marca una ruta extraordinaria, a través de la Palabra de Dios de cada domingo en la Santa Misa y a través de los Sacramentos de la Confesión y de la Comunión. Prepara tu corazón y disponte siguiendo el ejemplo de Nuestra Madre María, figura principalisima de este tiempo.

¿Adviento?

 Adviento: viene de  “adventus”: que significa venida, llegada. Era una fiesta pagana de invierno donde se pedía al dios sol, encendiendo velas, que volviera y les protegiese del frío. Los misioneros la "cristianizaron" y enseñaron que el “sol que nace de lo alto” es Jesús, que viene a salvarnos."Se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos" (Benedicto XVI).
Por ello las luces que vamos encendiendo cada semana en esos cuatro cirios, simbolizan la luz que va venciendo las tinieblas en las que nos ha dejado el pecado y el alejamiento de Dio, y que llega a fundirse con esa LUZ, que es Cristo que nace, que viene y  que ilumina nuestro camino.

Cuatro semanas y la oportunidad para prepararnos, arrepentirnos y esperar al Señor que "viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos”. (Benedicto XVI)

Durante el tiempo de Adviento experimentaremos también que la Iglesia manifiesta su cercanía haciéndonos vivir la espera gozosa de la venida del Señor, oigamos qué nos tiene que decir en la liturgia, en sus propuestas de vida, en su maternal asistencia sobre todo a través de los Sacramentos.
Búscale

Hemos dicho que es un tiempo en el que nos preparamos para la certera llegada del Señor. Pero si bien es Él el que toma la iniciativa de acercarse, de vencer toda distancia entre ambos y de tomar nuestra naturaleza para que podamos reconocerle, nos toca también a nosotros salir a su encuentro, buscarle y hallarle, y en ese encuentro de corazones, de personas, encontrar el fin para el que hemos sido creados. La vida del cristiano debería resumirse en la súplica del salmista: “tu rostros buscaré Señor, no me escondas tu rostro”. David (quien probablemente lo escribió) se adelantó muchísimo al acontecimiento de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios; le reza y le clama que quiere ver su rostro, pero Dios no tenía aún rostro. Ahora sí, vivimos en un tiempo privilegiado; por todos el Señor de los cielos ha asumido todo lo que nosotros somos como seres humanos, y es en su rostro en el que podemos reconocer todo lo que quiere decirnos, todo lo que espera de ti y de mí; también en su rostro leeremos cuánto ha deseado ese momento, cuánto ha hecho para que se concrete y cuánto tiene para darnos y para hacer en nosotros. Recordemos cómo los apóstoles lo dejaron todo con sólo una mirada, con sólo una palabra.  

¿Quieres ver su rostro?

Pues este es un tiempo favorable para dar un paso a la conversión, un paso para despertar, como señala la Palabra de Dios este primer domingo de Adviento.


No veremos su rostro si no nos damos el tiempo para prepararnos, para buscarle y para dejarnos encontrar por la Él. Recuerda que si nos falta Dios, falla la esperanza, todo pierde sentido. 
Proponte estos tres puntos. Recuerda que así como puede mostrarnos su rostro, puede también esconderlo a quien no le busca y le ama de todo corazón.


1. Procura un corazón limpio, sólo así podrás VER al Señor. ¿Cómo? Con un breve examen de conciencia y por lo menos una vez, en estas cuatro semanas, CONFESANDO tus pecados y faltas. Experimentarás la paz de los que han confiado en la Misericordia de Dios que sana y restaura.

2. Búscale y le hallarás,  en el encuentro con Cristo en la EUCARISTÍA. No hay abrazo más profundo con el Señor que el que recibimos al comulgar. No hay mayor intimidad con Dios que cuando entra en tu alma; en ese momento, tu corazón, al recibirle, se convierte en un nuevo Belén.

3. Ámale: en tantos momentos, en tantas personas, en tantas bendiciones. Para tener la luz del Señor y poder reconocerle y amarle en y a través de todo, es importante relacionarnos con Él muy frecuentemente en la ORACIÓN. Un momento al día sentado, arrodillado, disponte a estar a solas con Él que tanto te ama. Sólo en estos momentos podrás ir comprendiendo, cada vez más, las verdades eternas transmitidas en tiempos tan especiales como el que hemos inaugurado hoy y ese otro “grande” al que nos dirigimos, la Navidad. Al salir de la oración, la semilla sembrada por Dios en ti se traducirá necesariamente en BUENAS OBRAS. Éste es tiempo también de esmerarte en ello. Sobre en todo en casa. Que se note en tu relación familiar que estás en tiempo de conversión, de alegre y profunda espera, de gozoso encuentro con el Dios que te busca.


Viene, vino y vendrá.

"Vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el Misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén" (Benedicto XVI).Se trata de un pesebre continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento Dios viene.

1. 1. Vino en el PASADO: En la historia, hace XXI años cuando nació en Belén de María su Madre, concebido por el Espíritu Santo. Es la primera Navidad, y la que celebramos como un Maravilloso Misterio que nos sobrepasa y que nos va transformando poco a poco. 

2.  2. Vino en el PRESENTE: Con su venida espiritual, la que se da hoy, viene a nuestro corazón, a nuestra vida personal. Es la presencia de Jesús en el día a día; por ello debemos estar vigilantes; caminando por los caminos del Señor siguiendo sus huellas. Está con nosotros en los Sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, en la Iglesia, en su gracia. Con ella caminamos preparando y anhelando el futuro. : “la salvación está más cerca de nosotros… dejemos pues las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz…. Andemos con dignidad…. Revestíos del Señor Jesucristo

3.   3. Vendrá en el FUTURO: Con la venida escatológica, al final, cuando llegue la plenitud de los tiempos y Jesús vuelva glorioso a recoger nuestros frutos de bondad y a  traernos la vida eterna.  “Estad preparados… viene el hijo del Hombre.”



Meditemos y preparemos en este adviento el Misterio que nos convoca, como María: Ella hizo posible la Navidad y es modelo y cauce de las venidas. Es tipo y modelo de la Iglesia. “Durante el tiempo de adviento sentiremos que la Iglesia nos toma de la mano y, a imagen de María Santísima, manifiesta su maternidad haciéndonos experimentar la espera gozosa de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor, que salva y consuela”. (Benedicto XVI).




Recomendaciones:
  • Trázate un propósito de conversión para este tiempo, como ofrecimiento al Señor para disponer el corazón a Cristo que viene pidiéndole una Navidad en la que estés más unido a Él.
  • ¿Quieres saber un poco más del adviento? adviento
  • No dejes de tener en casa y vivir en familia la liturgia de la Corona de Adviento. Y prepara tu casa, que se note que estamos ad portas de la Navidad. Contrarresta tanta publicidad mundana. corona de adviento

 Las siguientes semanas seguiremos conversando sobre temas que nos ayuden a profundizar en este tiempo tan especial y sus características. La próxima semana veremos algunas recomendaciones sobre el Sacramento de la Confesión. Que Dios te bendiga. Si quieres que toquemos algún tema puedes proponerlo con toda confianza.
      
Unidos en la oración. 
Hna Antonella Sangio. PES









domingo, 20 de noviembre de 2016

¡VIVA CRISTO REY!





En este último domingo del año litúrgico la Iglesia nos invita a celebrar al Señor Jesús como Rey del universo. Nos llama a dirigir la mirada al futuro, o mejor aún en profundidad, hacia la última meta de la historia, que será el Reino definitivo y eterno de Cristo. Meditemos qué significa aceptar a Cristo como Rey de Cielos y Tierra.

¡Viva Cristo Rey!

Tras este grito miles de miles de cristianos entregaron su vida por el “simple” hecho de ser cristianos. ¿Simple? ¡Pues no! Ante el pensamiento ateo y materialista, creer en Jesucristo siempre ha incomodado. Siempre ha ido en contra de los planes materialistas de la época y a las ideologías mundanas que han intentado e intentan someter la libertad del hombre en aras del poder dominador que se presenta tras el disfraz de “libertador”- pensemos en todas las ideologías de la muerte del siglo XX-. El Único liberador, la Única Verdad que nos hace libres, es la que trae Jesucristo, quien con su Luz nos abre los “ojos” del entendimiento para trascender y encontrar ese Reino en el que seremos verdaderamente “hombres”, es decir, libres, poderosos, sabios de verdad pues lo veremos todo tal cual es; felices, amados y amantes, limpios de corazón y con todo aquello que esto conlleva.

Jesús mismo habla de Rey, de Reino, pero no se refiere al dominio, sino a la verdad. “¿Puede existir un poder que no se obtenga con medios humanos? ¿Un poder que no responda a la lógica del dominio y la fuerza? Jesús ha venido para revelar y traer una nueva realeza, la de Dios; un Dios que es amor (cf. 1Jn 4,8-16) y que quiere establecer un reino de justicia, de amor y de paz (cf. Prefacio). Quien está abierto al amor, escucha este testimonio y lo acepta con fe, para entrar en el reino de Dios” (Benedicto XVI. Solemnidad de Cristo Rey).


Pero las coronas que le acompañan a Cristo nuestro Rey, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que Él mismo ha traído al mundo con su Sacrificio y la Verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. 

Acuérdate de mí, Señor
¿Y cómo acceder a este Reino? Con Cristo, por Cristo y en Cristo. Recordemos el suceso de la crucifixión. Jesús estaba muriendo, ahí, en el trono que nosotros le dimos, la Cruz y con la corona que le pusimos –y le ponemos- al pecar. En medio de la agonía, uno de los ladrones logra reconocer al Salvador en ese Hombre sufriente que no ha hecho nada para merecer este castigo como el mismo le dijo. Lo reconoce y le suplica: acuérdate de mí. Esa es la manera de acceder al Reino: 1) profesando nuestra fe en Jesús y 2) suplicándole estar con Él, para siempre. Todo lo demás o lo hace el Señor, o ya lo hizo, ahí, en ese trono –la cruz- y con esa corona – de espinas-. Hoy estarás conmigo en el Paraíso, respondió Jesús al buen ladrón: HOY. Ese es el poder del que hablamos, ese el reinado al que estamos llamados, ese el amor con el que somos amados y perdonados.

Venga  a nosotros tu Reino
Y ¿qué Reino esperamos y suplicamos? El Reino de los cielos, esa vida eterna de la que ya hemos hablado en textos anteriores. Un Reino que los hombres no entendemos del todo en esta vida porque lo que Jesús vino a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón, no es de este mundo, pero es en este mundo donde debemos llegar a Él. ¿Cómo? haciendo su voluntad, aquí en la tierra como en el cielo.


Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos... PERO MI REINO NO ES DE AQUÍ. Entonces Pilato te dijo: Luego... ¿tú eres rey?. Y respondiste: Tú lo dices que soy reyPara esto he nacido yo y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz. Jesús, respondiendo a esta pregunta, aclara la naturaleza de su Reino ... “Que no es poder mundano, sino amor que sirve; afirma que su Reino no se ha de confundir en absoluto con ningún Reino político: Mi reino no es de este mundo … no es de aquí” (Benedicto XVI. Solemnidad de Cristo Rey)

Se trata de una invitación y súplica que se dirige a todos y cada uno de nosotros: convertirnos continuamente al Reino de Dios; es como decirle a Jesús: Señor que seamos tuyos, vive en nosotros, reúne a la humanidad dispersa y sufriente, para que en ti todos seamos del Padre de la Misericordia y del Amor de tu Corazón.
¿A qué Rey quieres elegir? ¿Quién reinará en ti?
Esta es una oportunidad más para mirar dentro de uno mismo y reflexionar ¿a qué Rey sirvo? ¿Quién es finalmente el Señor de mi vida, de mi obrar, de mi esperanza futura?
Volvamos a oír a Jesús, su invitación. Volvamos a mirar el Camino que nos toca recorrer hacia Él, volvamos a admirar el precio que ya se pagó, que ya pagó el mismo Rey, para que yo pueda acceder a este Reino, no como siervo, sino como amigo del Rey, para reinar con Él.


Y comprendamos bien de qué se trata ese Reino aquí en la tierra. Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio” (Ibid).
Elegir a Cristo Rey implica vivir como Él vivió. Y para ello no estamos solos, está el mismo, siempre, todos los días, hasta que llegue su Reino. Está esperándote en la oración, está en la vida de gracia que inauguró para ti con los sacramentos (confesión, comunión), está en la Iglesia, que aunque humana, también y sobre todo de Cristo y en Ella actúa sobrenaturalmente. Búscale y con Él podrás todo. Elige a Cristo.
Y con el poder de Dios podrás decir con tu vida: ¡Viva Cristo Rey!.

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. Evangelio domingo 20 Noviembre

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



Queridos hermanos:

Hoy, solemnidad de Cristo, Rey del universo se corona el año litúrgico y la Palabra de Dios nos invita a contemplar la escena de la crucifixión: ¿por qué?

En la cruz, se realiza la máxima revelación posible de Dios en este mundo. “Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12, 32). La cruz nos recuerda de qué Rey somos servidores, a qué trono ha sido elevado y cuál es el Reino al que pertenecemos.

Quién es nuestro Rey: es el Dios hecho hombre que muestra su realeza bajo el velo de la fe. Es el Rey del amor y no de lo “espectacular” ni lo cómodo. Cristo tiene poder porque “reconcilia consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Colosenses 1, 20); y no porque pudo salvarse a sí mismo, bajándose de la cruz.

A qué trono ha sido elevado: la cruz. Hemos escuchado que Jesús estaba “en el mismo suplicio” que el de los ladrones. En el fondo, todos somos pequeños o grandes ladrones de la gloria de Dios. Cristo ha querido asumir nuestro suplicio para rescatarnos y “darnos ejemplo para que sigamos sus huellas” (cf. 1 Pedro 2, 21). Y así, conducirnos a su Reino de salvación.

Precisamente, ése es el tercer punto: el Reino al que pertenecemos. Consiste en estar con Cristo. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23, 43) dice Jesús al “buen ladrón”. El Paraíso, el Reino, es estar con Cristo. Si aún no experimentamos esa gozosa compañía; hoy volvamos a Él, volvamos a coronarle Rey de nuestras vidas y nuestras decisiones, Rey de nuestro pequeño y gran universo.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿QUÉ SUCEDERÁ AL MORIR?


¿Qué sucederá al momento de nuestra muerte?

Será un cerrar los ojos a esta vida y abrirlos a la otra vida instantáneamente; y nosotros veremos aquella realidad que ya existe: el Señor que ya ha vencido, el Señor resucitado. En el Evangelio está escrito: hay algunos de esta generación que no verán la muerte antes de ver al hijo del hombre venir en su reino (Mt 16,28). ¿Cómo será exactamente? Nadie lo sabe completamente, no se sabe ni el día ni la hora. Sabemos lo que Jesús nos ha querido revelar y sabemos que eso basta para una esperanza alegre y un amor que debe ir en agradecida crecida. 


Pero eso no significa que no experimentamose 
temor ante la muerte; está inscrito en  nuestra naturaleza y nuestro instinto de supervivencia. El mismo Jesús lo experimentó: Aparta de mí este cáliz. También sentimos temor ante la muerte porque, cuando nos encontramos hacia el final de la existencia, tenemos la percepción de que hay un juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos gestionado nuestra vida. Y es que así será. Al morir se nos juzgará por el amor. El juicio particular será inmediatamente resucitar y ante la presencia del Señor; para los creyentes será el ansiado abrazo eterno con su Creador; para los no creyentes será el velo que se corre ante sus ojos y la visión que rebatirá todas sus falsas certezas sobre la vida sin Dios y el mal que no tiene culpa. Ahí se pesarán nuestras obras y según nuestro "peso" se nos indicará dónde será nuestro lugar eterno:

1) Los muertos en gracia de Dios, los que vivieron según el plan de Dios y lucharon por amar y hacer el bien, imitando a Jesús, serán designados a la vida eterna plena y gozosa.


2) Si no se está completamente listo y purificado para estar ante el trono de Dios pero se murió en estado de gracia, es decir, en amistad con Dios, se accede al lugar de la purificación: el purgatorio, el lugar de la esperanza, desde donde todos, absolutamente todos, partirán, al estar listos, al cielo, junto a Dios. 

3)Los que no vivieron según Dios, los que no supieron amar y acrecentar la gracia en sí mismos, irán, por voluntar propia y según la Justicia de Dios, al lugar de las tinieblas, al infierno: ahí será el llanto y el rechinar de dientes

Luego del juicio particular
, las almas quedarán a la espera del día final, donde seremos juzgados unos delante de otros, donde todos conocerán nuestras obras y resucitarán nuestros cuerpos mortales en cuerpos gloriosos como Jesús. No solo sabemos que el Señor Jesús vendrá a concluir la historia del mundo y la historia de cada hombre, sino sabemos que la Parusía (así se llama al retorno de Jesús en los últimos tiempos) también traerá un juicio en el que Él vendrá como Juez.Al final de todo, cada uno de nosotros se confrontará con el Resucitado, y nada de aquello que es humano escapará a la valoración del Juez; eso pequeño que hiciste en favor del otro, ese acto de paciencia, esa sonrisa, ese acto de misericordia; o el egoísmo, el rencor, la perseverancia en la inmoralidad que te mata; "se deberá presentar la totalidad de las obras comunes". (Cardenal Biffi). Seremos juzgados por el amor.


¿Miedo? ¡No! Esperanza alegre 

Cambia el miedo por esperanza. Esperar una vida mejor, un encuentro prometedor, un Amor eterno donde se vean cumplidas todas nuestras ansias. Si vivimos así "la tierra llega a ser cielo si, y en cuanto que, en ella se realiza la voluntad de Dios", "la esencia del cielo consiste en ser una sola cosa con la voluntad de Dios, la unión entre voluntad y verdad".(Benedicto XVI)

Quien puede reconocer una gran esperanza en la muertee, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. El hombre necesita eternidad, el hombre se explica sólo si existe un Amor que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una totalidad que trasciende también el espacio y el tiempo. El hombre se explica y encuentra su sentido más profundo, solamente si existe Dios. 


Nosotros sabemos que Dios salió de su lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: Yo la soy resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi no morirá para siempre. 

Piensa un momento en la escena del Calvario y vuelve a escuchar las palabras que Jesús, desde lo alto de la cruz, dirige al malhechor crucificado a su derecha: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. ¡Hoy!, le dijo; no mañana, no después; ¡hoy! Así es la Misericordia de Dios. ¿Qué hizo falta? Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino,
 fue su súplica. Con una fe ciega en la Misericordia de Dios –como decía Teresita- vuelve la mirada al Señor Jesús y confía en Él. Dile cada día con confianza filial que se acuerde de ti. Sólo así vivirás una vida plena ya en esta vida y en la otra la vida eterna. Con renovada claridad vuelve a la mente las palabras del Maestro: no se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Dios se manifestó verdaderamente, se hizo accesible, amó tanto al mundo que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna..


Renueva hoy la esperanza en la vida eterna fundada realmente en la Muerte y la Resurrección de Cristo. He resucitado y ahora estoy siempre contigo, nos dice el Señor, y mi mano te sostiene
. Escúchale que te dice con amor certero: “donde quiera que puedas caer, caerás entre mis manos, y estaré presente incluso a las puertas de la muerte. A donde ya nadie puede acompañarte y a donde no puedes llevar nada, allí te espero para transformar para ti las tinieblas en luz” (San Agustín).
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos… (LG 48).


Quedo aquí a disposición tuya; medita con corazón sincero y sencillo sobre estas realidades sobre la vida después de la muerte y disponte a vivir siempre según el plan de Dios, cada día, pues no sabemos ni el día ni la hora. No vivas con un miedo “mundano”. Dios nos sostiene: que la esperanza te tenga alegre. Y no nos olvidemos: Dios es la medida de todas las cosas.

Unidos en Dios.

Hermana Antonella Sangio

¿CIELO O INFIERNO?

Estás hecho para la vida eterna



Nosotros experimentamos en lo más profundo de nuestro ser que no somos solo seres de paso  que nacen y mueren y nada más. Compartimos características con los seres vivos pero en nosotros (en el ser humano) hay un salto ontológico (del ser) que no se explica ensayando respuestas dadas íntegramente por nosotros mismos. Sabemos que no nos dimos la existencia, una existencia inquieta que está siempre en búsqueda y que sólo quien nos la dio sabe para qué y hacia dónde se dirige.  Ese es Nuestro Hacedor. Por la fe que ilumina y hace más poderosa nuestra razón y nuestro saber, entendemos por fin que es Dios Padre, que imprimió su imagen en nosotros y nos dio la posibilidad de asemejarnos a Él, el lugar que permanentemente buscamos.

Entonces, ¿qué es la vida eterna?  –le preguntaron sus apóstoles- Que conozcan al Padre y a quien ha enviado, el Hijo. CONOCERLE ESTAR CON ÉL.  Recordando que para amar hay que conocer y conociendo más le amamos más. Esta es entonces la respuesta cristiana. ¿Qué hay después? Está Cristo, Cristo que ha vencido, que ha cambiado el mundo.

Por eso esta vida es un CAMINO, un peregrinar hacia la casa del Padre. Es un aprendizaje diario sobre lo que es la vida, lo que soy yo, lo que Dios quiere de mí y lo que Él ha hecho y hace por mí.


Entonces concluimos  a manera de acción de gracias que hemos sido creados por designios de amor, por Aquel que gratuitamente ha impregnado nuestra naturaleza con muchos de sus dones y nos ha abierto el cielo, cerrado por nuestro egoísmo y desamor, a través del Hijo, Jesús, venido entre nosotros para señalarnos el Camino (Él mismo se pone como Camino) y muriendo en una Cruz para llevarse con la muerte todo nuestro mal. Así, con su victoria definitiva sobre la muerte y el pecado, con la Resurrección, nos promete  acceder a y por Él, a esa vida eterna, a ese más allá eterno y feliz. Hablamos de una plenitud que es la respuesta a todas esas ansias que nos mueven en esta vida en permanente búsqueda, una búsqueda que muchas veces nos ha llevado por lugares errados y nos ha hecho caer hondo, cuando hemos buscado al margen del Camino. Recuerda: sólo en  Dios hallas las respuestas que finalmente aquietan tu existencia. 

¿Y si no aceptas la invitación de estar con Él para siempre?  


Tú eternidad sería sin Dios, sin Luz, sin plenitud, sin el absoluto para el que hemos sido creados. La eternidad sería con ansias eternas, con desamor eterno, con una pobreza interior y exterior tal que nos hundiría en un sufrimiento inimaginable y para siempre. Este estado es también un “lugar”, si es que se puede llamar así con nuestro pobre lenguaje humano, y si es el infierno. Jesús ya habló de él. ¡Cuidado con quienes, bajo la excusa de un mal entendido “Dios es amor” (que lo es por supuesto), concluyen con que el infierno o no existe o está vacío! ¿Dónde quedaría entonces el hecho de que el hombre tiene ese gran e inmerecido don de la libertad que le permite optar y amar a Dios? Ese "poder optar", -que tenemos como los ángeles-,  abrieron lamentablemente la posibilidad del “no Dios, del no te serviré”. Ahí radica el origen del infierno, con Satanás y los ángeles que cayeron con él en el principio y a donde caen los hombres que eligen  por “no Dios”. Ojo: Dios no predestina a nadie ir al infierno; para que eso suceda, para destinarnos a él, es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final.




Conocidos los dos lugares a donde podemos acceder voluntariamente, el cielo y el infierno, meditemos rápida pero no por ello superficialmente cómo será ese paso a la vida eterna.

Continuará...


Espero tus preguntas, por esta vía o por el e-mail.
Siempre juntos en la oración. 

Hermana Antonella Sangio, PES




¿SOBREVIVIRÉ? El más allá.


¿Qué hay después? ¿En el más allá?¿Al final?



Éstas son preguntas que todo ser humano, más allá de su credo, estrato social y nivel cultural, se hace o se ha hecho. Es un tema que no encuentra una respuesta humana, sino de lo alto. Ya grandes pensadores han intentado demostrar la idea de la inmortalidad del alma, pensemos en el gran Platón; pero la sola idea no es suficiente, es más, bajo un cierto modo agrava la necesidad de respuestas: “sobrevivimos”, ¿pero dónde? ¿Cómo? ¿Para qué? Tenemos una necesidad extrema de certezas de todo aquello que se refiere al sentido último, a la meta, al destino. Los hombres a lo largo de la historia han tentado encontrar respuestas por sí solos a estas preguntas sin hallarlas con una suficiente justificación racional o con conclusiones insatisfactorias y privadas de esperanza. ¿Por qué una gran parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte no existe simplemente la nada? Sobre todo sentimos que el amor requiere y pide eternidad, y no se puede aceptar que la muerte lo destruya en un momento. El hombre experimenta en su interior que no puede acabar todo acá y que por sus solas fuerzas no puede justificar respuestas valederas, “sabe que debe levantar la vista a lo Alto a la espera de una Revelación” (Platón en el Fedón, 35)

Nosotros, cristianos que hemos oído y acogido la Palabra de Dios, sabemos que la Revelación de la que hablaba Platón 
existe. Y existe según la fe en Jesucristo, Muerto y Resucitado para que nuestra vida eterna, a la que fuimos llamados desde nuestra creación, pueda ser feliz, para siempre y en el cielo.

Como comenté líneas arriba, nuestro ser está hecho para la eternidad y para una eternidad feliz. Estuvimos durante largo tiempo condenados a la infelicidad eterna por causa de nuestro pecado. No había solución alguna desde nuestra parte a la ruptura con Dios. Pero el Señor volvió  hablar, volvió a tomar la iniciativa; más allá de nuestra ingratitud imperó su amor y volvió a señalar Dios un Camino hacia la eternidad feliz, ya no sólo el “paraíso”, mucho más: los cielos nuevos y la tierra nueva donde tiene su morada la santidad. Dios nos ha hablado ahora último por medio del Hijo, es Él el Camino, la Verdad y la Vida que buscamos. La fe en Él nos da certezas esperanzadoras sobre nuestro destino final. Certezas que no pueden haber sido creadas por mente humana ni ganadas por mérito alguno. 

Sólo el Hijo y en el Hijo de Dios
 vamos comprendiendo poco a poco la finalidad de nuestra existencia en esta vida y el destino hacia el que caminamos todos sin excepción. Pedimos "milagros" para no morir, el hombre busca en la ciencia todo lo que pueda extender la vida humana, y no está mal si es que no deshumaniza, pero a veces nos centramos tanto en el acá y ahora, cuando el mayor de los milagros posibles es estar listos para morir a esta vida y vivir eternamente al lado del Dios de todas las cosas. 

Continuará ...

Estoy siempre dispuesta a contestar tus preguntas, por esta vía o por el e-mail.

Siempre juntos en la oración. 


Hermana Antonella Sangio, PES

viernes, 11 de noviembre de 2016

COMENTARIO EVANGELIO. Domingo 13 de noviembre


¿CUÁNDO VA A SER ESO?

DOMINGO XXXIII  DEL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 13 de Noviembre

«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» (Lucas 21, 7). Ésta es la pregunta que se hace todo hombre ante la realidad del fin del mundo y del tiempo. Queremos una certeza, una seguridad. Sin embargo, Jesús nos dice: “Nadie sabe el día ni la hora” (Mateo 25, 13). Entonces, ¿de qué nos sirve pensar en el fin del mundo y la consumación de la historia? El Señor este domingo te vuelve a hablar.
En primer lugar, te ayuda a recordar que todo lo que construyen nuestras manos ha de pasar, ya sea por deterioro o por violencia. Lo que permanece es el amor. En cada acto pequeño de caridad está el sentido genuino del universo. Dice San Juan de la Cruz “al atardecer de la vida me examinarán en el amor”.
Por otro lado, te recuerda que vendrá a recapitular todas las cosas, a llevar a cabo una justicia plena. Pero, ¿de qué me sirve saber que el Señor vendrá un día, si no vuelve a mi alma, si Cristo no habita en mí? Es duro el reproche para quienes pierden la fe al final de los tiempos: "En verdad os digo que no os conozco." (Mateo 25, 12).
Por último, el Señor te invita a vivir de la mano de la Providencia, sin temor al futuro aun cuando parezca oscuro. Es Cristo quien nos espera al final. Él es el “alfa y la omega”. Sólo temamos perder la fe. Pongamos todos los medios como si todo dependiese de nosotros, pero recemos y confiemos como si todo dependiese de Dios. Que Él nos haga firmes en la fe y perseverantes hasta el final. Miremos a Nuestra Madre como ejemplo y pidámosle nos proteja del mal. No estamos solos.





¡Buen domingo! Y que el fruto del encuentro de hoy con su Cuerpo y su Palabra se extienda a lo largo de la semana.