Testimonio: Hermana Vivian Revilla, P.E.S.
Estuve ahí,
vinieron por él. Ahora entiendo mejor lo que significa acompañarlos hacia ese “final
feliz” que es el inicio en la eternidad; es un honor maravilloso. He aprendido
de ellos a mirar la vida eterna de manera renovada y con mucha ilusión.
El martes se puso muy mal. El miércoles estaba inactivo y muy inflamado; sangraba y tenía un intenso dolor que, gracias a Dios, se pudo controlar. El jueves en la madrugada mandó llamar a las hermanas. Eran las dos de la mañana. Nosotras acudimos inmediatamente. Estuvimos en todo momento a su lado, nosotras y sus padres hasta el día sábado (providencialmente, pudimos trasladar a su madre a Lima unos días antes). Nos turnábamos para estar, por lo menos una, siempre con él y con sus padres que estaban desolados como es de esperarse, sin descuidar nuestro trabajo en el Albergue. Él seguía resistiendo fuera de todo pronóstico.
Háblenos
de la llegada de Segundo
Llegó de Iquitos con su padre el 2013. Tenía 8 años. En su pueblo no había nada más que hacer con respecto a su leucemia. En casa se quedaron la madre y sus dos hermanitos menores. La decisión de que se quedase ella en su tierra fue muy difícil para toda la familia, pero la madre no sabía leer ni escribir y los trámites y gestiones se le harían muy difíciles.
Llegó de Iquitos con su padre el 2013. Tenía 8 años. En su pueblo no había nada más que hacer con respecto a su leucemia. En casa se quedaron la madre y sus dos hermanitos menores. La decisión de que se quedase ella en su tierra fue muy difícil para toda la familia, pero la madre no sabía leer ni escribir y los trámites y gestiones se le harían muy difíciles.
¿Cómo
era la vida de Segundo en el Albergue?
Como la de cualquier otro niño. Era evangélico de religión pero pidió seguir la catequesis con los demás niños. Siempre fue de los más fervorosos y alegres del grupo. Insistió en entrar al grupo de primera comunión. Pidió bautizarse católico y su papá le dio permiso. Unos meses después, en Navidad, estando ya debidamente preparado, recibió la primera comunión con inmensa alegría.
Como la de cualquier otro niño. Era evangélico de religión pero pidió seguir la catequesis con los demás niños. Siempre fue de los más fervorosos y alegres del grupo. Insistió en entrar al grupo de primera comunión. Pidió bautizarse católico y su papá le dio permiso. Unos meses después, en Navidad, estando ya debidamente preparado, recibió la primera comunión con inmensa alegría.
¿Y
cómo era con ustedes, las hermanas?
Con las hermanas era muy cariñoso, de manera especial con la Hermana Claudia.
A partir de esa cercanía empezó a tener curiosidad por las cosas de Dios. Estaba siempre cerca de nosotras, probablemente buscando cariño maternal. Lo engreíamos mucho y andábamos siempre pendientes de que estuviera bien en todos los aspectos, que haya: vestidito, peinadito, que oliera rico, etc.
Con las hermanas era muy cariñoso, de manera especial con la Hermana Claudia.
A partir de esa cercanía empezó a tener curiosidad por las cosas de Dios. Estaba siempre cerca de nosotras, probablemente buscando cariño maternal. Lo engreíamos mucho y andábamos siempre pendientes de que estuviera bien en todos los aspectos, que haya: vestidito, peinadito, que oliera rico, etc.
¿Y
la enfermedad?
Siguió el tratamiento sin incidencias y lo concluyó. Pero pasado poco tiempo la enfermedad volvió a atacar ferozmente. Un domingo estábamos de fiesta en el Albergue. Se sintió tan mal que él mismo pidió ir al hospital. Le dijimos que fuera valiente y lo fue enteramente. Mientras salía, ya desde la ambulancia, volteó a mirarme y con la astucia de siempre me preguntó: “Si me muero y me voy al cielo, ¿quién me va a decir por dónde ir?”. Sin pensarlo mucho y un tanto abrumada por la situación y la pregunta, yo le respondí: “La Virgen, ella te recogerá y te dirá por donde”.
Lo ingresaron a la sala de reposo donde los niños en estado terminal suelen pasar sus últimos momentos, sin restricciones en las visitas y con atención médica. Es en ese lugar en donde se espera la muerte del paciente.
Siguió el tratamiento sin incidencias y lo concluyó. Pero pasado poco tiempo la enfermedad volvió a atacar ferozmente. Un domingo estábamos de fiesta en el Albergue. Se sintió tan mal que él mismo pidió ir al hospital. Le dijimos que fuera valiente y lo fue enteramente. Mientras salía, ya desde la ambulancia, volteó a mirarme y con la astucia de siempre me preguntó: “Si me muero y me voy al cielo, ¿quién me va a decir por dónde ir?”. Sin pensarlo mucho y un tanto abrumada por la situación y la pregunta, yo le respondí: “La Virgen, ella te recogerá y te dirá por donde”.
Lo ingresaron a la sala de reposo donde los niños en estado terminal suelen pasar sus últimos momentos, sin restricciones en las visitas y con atención médica. Es en ese lugar en donde se espera la muerte del paciente.
El martes se puso muy mal. El miércoles estaba inactivo y muy inflamado; sangraba y tenía un intenso dolor que, gracias a Dios, se pudo controlar. El jueves en la madrugada mandó llamar a las hermanas. Eran las dos de la mañana. Nosotras acudimos inmediatamente. Estuvimos en todo momento a su lado, nosotras y sus padres hasta el día sábado (providencialmente, pudimos trasladar a su madre a Lima unos días antes). Nos turnábamos para estar, por lo menos una, siempre con él y con sus padres que estaban desolados como es de esperarse, sin descuidar nuestro trabajo en el Albergue. Él seguía resistiendo fuera de todo pronóstico.
¿Segundo
recuperó en algún momento la conciencia?
Estaba casi todo el tiempo dormido por la medicación; sin embargo el mismo sábado por la tarde, estando yo de turno con él, se levantó repentinamente muy asustado y, recuperando la lucidez, me dijo: “hay un hombre vestido de negro sentado en mi cama”. “No pasa nada”, le dije, “estamos contigo”. Llamamos al Padre Pedro quien le dio la unción de los enfermos y le dejé entre sus manos la medalla de San Benito que llevaba conmigo. Se quedó bastante tranquilo, tanto así que esa noche las hermanas dormimos en casa. Fuimos a verlo la mañana siguiente y como todo transcurrió sin dificultades, volvimos nuevamente a casa y pedimos que cualquier cosa nos avisasen.
Estaba casi todo el tiempo dormido por la medicación; sin embargo el mismo sábado por la tarde, estando yo de turno con él, se levantó repentinamente muy asustado y, recuperando la lucidez, me dijo: “hay un hombre vestido de negro sentado en mi cama”. “No pasa nada”, le dije, “estamos contigo”. Llamamos al Padre Pedro quien le dio la unción de los enfermos y le dejé entre sus manos la medalla de San Benito que llevaba conmigo. Se quedó bastante tranquilo, tanto así que esa noche las hermanas dormimos en casa. Fuimos a verlo la mañana siguiente y como todo transcurrió sin dificultades, volvimos nuevamente a casa y pedimos que cualquier cosa nos avisasen.
¿Hermana,
cómo fueron esos últimos momentos que tanto le impresionaron?
Estaba en casa. Sonó el teléfono interrumpiendo el silencio de la noche. Nunca puede ser una buena noticia una llamada a esa hora, eran alrededor de las 12.15 de la madrugada. Segundo se había puesto muy mal. Al poco rato ya estábamos ahí. Segundo hablaba muy poco, casi nada. Cuando podía nos pedía rezar. Pasadas unas horas en la misma situación, de un momento a otro, Segundo abrió los ojos, e increíblemente lúcido y me dijo: “Hermanita es la Virgen, están mis amigos”, su sonrisa casi iluminaba la habitación y nos consolaba a todos los que estábamos con él, acompañándole en su agonía. Luego, inmediatamente después de un gemido largo, con la sonrisa aún en el el rostro, se fue. Se hizo silencio. Estábamos todos impactados. No se podía evitar el dolor de la partida pero había también una esperanzadora y consoladora alegría. ¡Llegó al cielo! Sus padres tenían ese consuelo en medio del dolor desgarrador que implica la pérdida de un hijo y de un hijo pequeño. Tan grande era el consuelo que trajo ese suceso que querían comunicárselo a todo con el que se encontraban.
Estaba en casa. Sonó el teléfono interrumpiendo el silencio de la noche. Nunca puede ser una buena noticia una llamada a esa hora, eran alrededor de las 12.15 de la madrugada. Segundo se había puesto muy mal. Al poco rato ya estábamos ahí. Segundo hablaba muy poco, casi nada. Cuando podía nos pedía rezar. Pasadas unas horas en la misma situación, de un momento a otro, Segundo abrió los ojos, e increíblemente lúcido y me dijo: “Hermanita es la Virgen, están mis amigos”, su sonrisa casi iluminaba la habitación y nos consolaba a todos los que estábamos con él, acompañándole en su agonía. Luego, inmediatamente después de un gemido largo, con la sonrisa aún en el el rostro, se fue. Se hizo silencio. Estábamos todos impactados. No se podía evitar el dolor de la partida pero había también una esperanzadora y consoladora alegría. ¡Llegó al cielo! Sus padres tenían ese consuelo en medio del dolor desgarrador que implica la pérdida de un hijo y de un hijo pequeño. Tan grande era el consuelo que trajo ese suceso que querían comunicárselo a todo con el que se encontraban.
¿Cómo
se vivió en el Albergue su partida?
Con pena y gozo a la vez, gracias al padre de Segundo que se encargó de contar lo que había pasado esa mañana en el hospital en el momento que Segundo partió al cielo. Lo había grabado todo en un video. Cuando lo mostraba, impactaba a unos y asustaba a otros; tanto así que decidió no mostrarlo más. Realmente era algo que sólo podíamos entender quienes habíamos estado ahí. Lo que sí, se sentía interpelado a dar testimonio de la lección aprendida: que el cielo existe, es accesible y su hijo estaba ahí; había sido llevado por la misma Madre de Dios. “Creerán en el cielo cuando les toque creer como me ha sucedido a mí”, nos dijo después de haber contado lo sucedido.
Con pena y gozo a la vez, gracias al padre de Segundo que se encargó de contar lo que había pasado esa mañana en el hospital en el momento que Segundo partió al cielo. Lo había grabado todo en un video. Cuando lo mostraba, impactaba a unos y asustaba a otros; tanto así que decidió no mostrarlo más. Realmente era algo que sólo podíamos entender quienes habíamos estado ahí. Lo que sí, se sentía interpelado a dar testimonio de la lección aprendida: que el cielo existe, es accesible y su hijo estaba ahí; había sido llevado por la misma Madre de Dios. “Creerán en el cielo cuando les toque creer como me ha sucedido a mí”, nos dijo después de haber contado lo sucedido.
Antes de dejar el Albergue, con el pequeño cuerpo de Segundo
en la carroza fúnebre, su padre pidió dirigir unas palabras a todos los que se
quedaban: “He ganado la fe gracias a mi
hijo -empezó diciendo-. Me lo llevo conmigo aunque de una forma diferente. No oculto mi gran
dolor y aunque tengo el corazón destrozado, tengo el inmenso consuelo y la
esperanza de que llegó al cielo, y yo he sido testigo de ello. Le he oído
exclamar que le buscaban la Madre de Dios y sus amigos del cielo; ellos se lo
llevaron al lugar de Dios. Se los vuelvo a decir, el cielo existe y hay que buscarlo”. Se despidió de
todos con lágrimas en los ojos y una sonrisa en los labios. Había ganado con su
hijo la batalla más grande: la batalla de la vida.
Volvió lleno de vida a su tierra. Hasta ahora solemos hablar con él y nos cuenta de sus muchos proyectos. Se nota que quiere hacer por los demás lo que Dios viene haciendo en su vida. Ahora está involucrado en un proyecto para llevar agua a sus vecinos. Nos ha comentado que quiere ser acalde de su pueblo sólo para ayudar, para mejorar la vida de los demás. Quiere seguir ganando batallas que den vida, y eso lo aprendió de Segundo, como él mismo lo afirma.
Volvió lleno de vida a su tierra. Hasta ahora solemos hablar con él y nos cuenta de sus muchos proyectos. Se nota que quiere hacer por los demás lo que Dios viene haciendo en su vida. Ahora está involucrado en un proyecto para llevar agua a sus vecinos. Nos ha comentado que quiere ser acalde de su pueblo sólo para ayudar, para mejorar la vida de los demás. Quiere seguir ganando batallas que den vida, y eso lo aprendió de Segundo, como él mismo lo afirma.
¿A
qué amiguitos se refirió Segundo antes de partir?
No puedo estar segura, no lo dijo. Pero recuerdo que en algún momento, durante sus catequesis, le dijimos que en el cielo no estaría solo porque está lleno de buenas personas y de los ángeles de Dios, y que sus amiguitos, los que habían partido antes que él (había visto partir a varios), estarían esperándole. Tal vez eran ellos. Definitivamente entre ellos estaba su ángel custodio.
No puedo estar segura, no lo dijo. Pero recuerdo que en algún momento, durante sus catequesis, le dijimos que en el cielo no estaría solo porque está lleno de buenas personas y de los ángeles de Dios, y que sus amiguitos, los que habían partido antes que él (había visto partir a varios), estarían esperándole. Tal vez eran ellos. Definitivamente entre ellos estaba su ángel custodio.
Estimada
Hermana Vivian, ya para terminar, ¿después de Segundo cómo lleva su misión en el
Albergue?
Antes de Segundo creía en Jesús profundamente, como ahora, sin embargo pienso que hasta ese momento creía en el cielo sólo de manera intelectual. Me costaba mucho el trabajo con los enfermos terminales por verles sufrir. Con Segundo hubo un antes y un después. Había acompañado a otros niños a morir dolorosamente y muy dentro de mí había un pequeño reclamo: “¿por qué así?”. Después de Segundo ya no quedan reclamos. El misterio de la muerte será siempre un misterio, pero el amor del Señor y su cercanía, regalan un consuelo difícil de explicar en el enfermo, en los familiares, en quienes cuidamos de ellos y en los amigos. Entiendo mejor el lado bondadoso de una enfermedad que te puede abrir a la trascendencia, experimentar el amor como nunca, hacerte fuerte, sabio e incluso feliz. El Señor no nos deja nunca y ese día lo mostró portentosamente, consolando y catequizando a todos los presentes, como lo está haciendo incluso ahora mismo, cautivando y hablando a través de este testimonio. Nunca olvidemos que sólo el Corazón de Jesús puede hacer que todo confluya para bien de todos. Nunca más he tenido miedo de hablar de la muerte a un niño. Hay en mí una conciencia diferente sobre la otra vida. Es el mayor milagro de Dios, ¡el mejor lugar! Segundo ganó para mí y para muchos el milagro de acrecentar la fe en el cielo.
Antes de Segundo creía en Jesús profundamente, como ahora, sin embargo pienso que hasta ese momento creía en el cielo sólo de manera intelectual. Me costaba mucho el trabajo con los enfermos terminales por verles sufrir. Con Segundo hubo un antes y un después. Había acompañado a otros niños a morir dolorosamente y muy dentro de mí había un pequeño reclamo: “¿por qué así?”. Después de Segundo ya no quedan reclamos. El misterio de la muerte será siempre un misterio, pero el amor del Señor y su cercanía, regalan un consuelo difícil de explicar en el enfermo, en los familiares, en quienes cuidamos de ellos y en los amigos. Entiendo mejor el lado bondadoso de una enfermedad que te puede abrir a la trascendencia, experimentar el amor como nunca, hacerte fuerte, sabio e incluso feliz. El Señor no nos deja nunca y ese día lo mostró portentosamente, consolando y catequizando a todos los presentes, como lo está haciendo incluso ahora mismo, cautivando y hablando a través de este testimonio. Nunca olvidemos que sólo el Corazón de Jesús puede hacer que todo confluya para bien de todos. Nunca más he tenido miedo de hablar de la muerte a un niño. Hay en mí una conciencia diferente sobre la otra vida. Es el mayor milagro de Dios, ¡el mejor lugar! Segundo ganó para mí y para muchos el milagro de acrecentar la fe en el cielo.
Así quiero morir yo también.
Escrito por Hermana Antonella Sangio, P.E.S.
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