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lunes, 24 de octubre de 2016

¡Ayúdame a seguir contigo hasta el fin Señor!

"El que persevere hasta el fin se salvará" (Mateo 24,13)

Quiero contarte lo que he conversado de diferentes formas y con diferentes personas sobre el mismo tema: cómo perseverar en el camino de la fe. Te lo cuento a través de un diálogo con preguntas y respuestas reales. Del interlocutor sólo diré que tiene aproximadamente 28 años, está terminando una maestría en finanzas, es soltero y que lo llamaremos Marcelo (por supuesto no es su nombre real).










Habían pasado ya dos años desde que Marcelo se encontró con Jesús en una peregrinación a Santiago de Compostela y optó por la vida cristiana.

Nos cruzamos un día después de un taller. Lo noté con ánimo triste, pero la disposición de siempre. Lo saludé y después de preguntarle cómo estaba me respondió:

M: Hermana, siento que me estoy enfriando y no sé qué hacer, no me quiero alejar.
R: ¿Sabes qué me ayuda a mí?, traer a la memoria mi primer encuentro con Dios y todo lo que Él me mostró de sí mismo, de mí y de mi misión en este mundo, y hacerlo con corazón agradecido. El amor de Jesús que un día encendió tú corazón y abrazó tu entendimiento, sea como haya sido ese encuentro, sigue ahí, no se muda. Pero es cierto que luego del primer sí a Dios debemos prepararnos para síes sucesivos en el camino emprendido.

M: Pero, ¿cómo dar esos síes? No es tan fácil hermana.
R: Con tranquilidad y sin dejar que los temores puedan más. Recuerda que Jesús no prometió que todo sería fácil; su seguimiento implica cruz, Él lo dijo: “si quieres venir en pos de mí toma tu cruz y sígueme”. Lo que sí prometió es que estaría siempre y con eso nos basta y nos sobra.

Es clave tener delante la META hacia dónde orientas tus esfuerzos; esa meta es el Señor, el Hijo de Dios, quien te ama y todo lo puede; y esa meta se cumple en la Vida Eterna (ya hablaremos de la vida eterna en el próximo artículo). A veces nos ponemos falsas metas o simplemente metas temporales, buenas muchas de ellas, pero que no pueden ser tu motivación existencial porque has sido creado para la eternidad y todas ellas son finitas. Cógete de Jesús, el único que conoce esa Vida Eterna y conoce también los avatares de ésta.

M: ¿Qué tengo que hacer para ganar esa vida eterna?
R: Esa misma pregunta se la hicieron a Jesús más de una vez. En una de esas ocasiones respondió así: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Esa es la manera de "asaltar" el cielo: amándole, con toda el alma. Y para que este amor crezca cada día, te transforme en alguien siempre mejor y pueda ayudarte a vencer las adversidades hay que PERSEVERAR en el camino emprendido. No se ama un día y luego ya no, no se trabaja por algo con ilusión y tenacidad y al día siguiente se “tira la toalla”. San Pablo lo explica perfectamente: “Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes. ¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen. Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible.

M: A veces se presenta todo más difícil de lo normal y me pregunto: ¿podré?
R: Sí puedes; Él conoce tu debilidad que a veces te tiene al margen de su camino, pero es fiel y jamás te tentará  por encima de tus fuerzas. PERSEVERA con paso firme, poniendo todo lo que dependa de ti, y confiando en Él.

M. ¿Cómo PERSEVERAR? En la práctica a veces me siento perdido.
R
: Con Cristo, Él es el verdadero atleta de Dios. Hay que imitarle y confiar en Él  siendo constante y tenaz hasta el fin. Relaciónate con amor real, naturalidad y valentía con Jesús.

M: Me pasa muchas veces que se da en mí un divorcio entre lo que “sé” o entiendo y lo que “siento”, que trae consigo desánimo, temores, etc. Y parece ganar esto último.
R: Te va a pasar no sólo en esto sino en muchas otras cosas que te propongas. Gracias a Dios somos personas con “voluntad” y podemos estar por encima de lo que sentimos por muy fuerte o muy condicionante que esto sea. El sentir no está mal, lo que está mal es ser esclavo del sentimiento sin discurso de la razón y la voluntad; es como dejarte mover como un velero en medio del mar sin velas ni nadie al volante. Debes reconocer tus sentimientos, catalogarlos y animarlos o descartarlos según dictamen de la razón y con la fuerza de la voluntad. Suena más fácil de lo que es, pero si te entrenas y educas tu voluntad, será más sencillo cada vez y serás más objetivo al juzgar y discernir, además cuentas con un poder especial, el que te da Dios con su "gracia".

¿Sientes desánimo?  Evalúa por qué, discierne con ayuda si la necesitas, y luego espera que pase el "bajón" emocional para tomar alguna decisión; nunca la tomes movilizado emocionalmente.  Ya verás cómo más pronto de lo que crees experimentarás los frutos de la buena decisión. A veces creemos que lo valioso “siempre” será difícil o “nunca” será placentero. Esas son generalizaciones erradas e ingratas. Siempre y nunca son categorías de la otra Vida y mientras estemos aquí las cosas y situaciones son temporales, entonces pueden cambiar. Hablemos en otra oportunidad sobre cómo manejar el desaliento, pero te adelanto que buscar aliento en algo o alguien positivo y lícito es la mejor salida. Eres listo, claro que podrás.  

M: El mundo me jala hacia otro lado; siempre pensé que eran excusas cuando se lo oía a otros. Ahora lo experimento. 
R: Muchas veces es así, el mundo "jala", pero no el mundo en sí mismo. Hay que tener en cuenta que tenemos un Enemigo y es éste quien, haciendo uso del mundo, intentará bloquear nuestra salvación. Suele atacar siempre con las mismas “bombas”, por llamarlo así. Embiste interiormente o exteriormente. Mientras más sepas reconocer su forma de actuar y tus puntos débiles más airoso saldrás de cada batalla.

M: ¿Y cómo puedo reconocerlo, cómo ganar esta batalla?
R: En esta y en las otras batalla: Cuida tu alma, tu mente, tus pensamientos; querrá atacar tu fe, debilitar tu esperanza y hacerte dudar de ti mismo y de Dios. Yo reúno en dos grandes grupos su forma de ataque: desde dentro y desde fuera:

1.  Desde dentro: con el narcisismo, cada vez más frecuente hoy en día. Éstas formas en las que se manifiesta el narcisismo: el individualismo, el egoísmo, la vanidad, por decir algo. Cuando en tus pensamientos suene mucho la primera persona ponte alerta: “yo” siento, a "mí" me lo hizo, "yo" no puedo, lo quiero para "mí", "yo" primero, siempre "yo", etc., etc.; puede ser señal de que quiera debilitarte por ahí. Analiza a qué te llevan esos pensamientos y descártalos de arranque si descubres su malicia.
2.  Desde fuera: con lo mundano, lo sensual, el hedonismo, el desenfreno en la búsqueda del placer por el placer y todas sus consecuencias: ten cuidado. Haz siempre uso de tu libertad y ésta siempre dará frutos buenos, sino, no es libertad.
El proceder libre y correctamente, aunque cueste, dará en ti frutos de alegría y paz. Ese es el termómetro: si lo que estás haciendo es lo bueno y lo correcto, las experimentarás en tu interior y ése es el mejor aliento.

M: Hermana gracias, lo veo ahora más claro.
R: Entonces estamos listos para ponerlo en práctica. Ahora nos toca concretar y ver los pasos a seguir para perseverar en el camino con Dios. No es serio improvisar, menos en las cosas de valor. Si tu vida y tu felicidad son cosas importantes trázate un plan de acción donde puedas luego analizar recociendo aciertos o caídas. Siempre será avanzar, pues estás en marcha; lo bueno será crecer, lo malo, solucionado como se debe, será experiencia para no volver a ello. Eso sólo se logra con un plan de acción, un plan de vida.

R: Ya como reflexión final: Mira todos los días al Señor, y al Señor crucificado; no como derrota, al contrario, como victoria, ahí murió el pecado, ahí se demostró que vales la muerte de Dios porque así Él lo quiso. Hace un momento, cuando conversábamos sobre Jesús y todo lo que hace, me cuestionaba por qué no se cansa de esperarnos, perdonarnos y amarnos. Cómo a pesar de todo lo que le hacemos; todo lo que le hago, sigue esperándome, llamándome y ayudándome a perseverar. No me conformo con el don de la vida y verme distinguida entre las criaturas de la tierra. No me basta su perdón y su oferta del cielo. No termina de atemorizarme la posibilidad del infierno eterno. Necesito recordar todo lo que gano con Él para aceptarlo, todo lo que hace por mí para valorarlo, todo lo que me dará para caminar con Él. Sí, necesito recordarlo. Qué paciente es el Señor y qué exigente también. Me espera, pero no se conformará nunca con un honroso segundo puesto en mi vida. Si espera y ha hecho tanto, es para ser el primero y, siendo el primero, colmar finalmente esta sed de Dios que hay dentro de mí y que muchas veces no sé reconocer. Los santos, quienes se nos han adelantado en el tiempo en esta relación de intimidad con el Señor, nos enseñan lo que sucederá en nuestras almas si seguimos perseverando con Cristo: se expandirá tanto nuestro corazón, se iluminará tanto nuestra mente y se purificará tanto nuestra memoria que nuestra alma toda (esas tres antes mencionadas son sus potencias), ya no se relacionará con la meta, con Cristo, pensando en la corona o el premio o el miedo al castigo. Nos motivará y anhelaremos amarle con pasión y no ofenderle, simplemente por ser Él quien Es, Bondad Infinita, y no por el cielo prometido ni el infierno temido, como rezaba Santa Teresa.
Como María, Nuestra Madre, la que perseveró hasta el final, confiemos ambos en que con Dios se hará posible nuestra salvación y aquí en la tierra la felicidad y libertad verdaderas. Recemos un Avemaría Marcelo, como "gracias" y como promesa de "perseverancia". Que Dios te bendiga.

En el siguiente artículo encontrarás unas recomendaciones para ese plan de acción.

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