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miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿QUÉ SUCEDERÁ AL MORIR?


¿Qué sucederá al momento de nuestra muerte?

Será un cerrar los ojos a esta vida y abrirlos a la otra vida instantáneamente; y nosotros veremos aquella realidad que ya existe: el Señor que ya ha vencido, el Señor resucitado. En el Evangelio está escrito: hay algunos de esta generación que no verán la muerte antes de ver al hijo del hombre venir en su reino (Mt 16,28). ¿Cómo será exactamente? Nadie lo sabe completamente, no se sabe ni el día ni la hora. Sabemos lo que Jesús nos ha querido revelar y sabemos que eso basta para una esperanza alegre y un amor que debe ir en agradecida crecida. 


Pero eso no significa que no experimentamose 
temor ante la muerte; está inscrito en  nuestra naturaleza y nuestro instinto de supervivencia. El mismo Jesús lo experimentó: Aparta de mí este cáliz. También sentimos temor ante la muerte porque, cuando nos encontramos hacia el final de la existencia, tenemos la percepción de que hay un juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos gestionado nuestra vida. Y es que así será. Al morir se nos juzgará por el amor. El juicio particular será inmediatamente resucitar y ante la presencia del Señor; para los creyentes será el ansiado abrazo eterno con su Creador; para los no creyentes será el velo que se corre ante sus ojos y la visión que rebatirá todas sus falsas certezas sobre la vida sin Dios y el mal que no tiene culpa. Ahí se pesarán nuestras obras y según nuestro "peso" se nos indicará dónde será nuestro lugar eterno:

1) Los muertos en gracia de Dios, los que vivieron según el plan de Dios y lucharon por amar y hacer el bien, imitando a Jesús, serán designados a la vida eterna plena y gozosa.


2) Si no se está completamente listo y purificado para estar ante el trono de Dios pero se murió en estado de gracia, es decir, en amistad con Dios, se accede al lugar de la purificación: el purgatorio, el lugar de la esperanza, desde donde todos, absolutamente todos, partirán, al estar listos, al cielo, junto a Dios. 

3)Los que no vivieron según Dios, los que no supieron amar y acrecentar la gracia en sí mismos, irán, por voluntar propia y según la Justicia de Dios, al lugar de las tinieblas, al infierno: ahí será el llanto y el rechinar de dientes

Luego del juicio particular
, las almas quedarán a la espera del día final, donde seremos juzgados unos delante de otros, donde todos conocerán nuestras obras y resucitarán nuestros cuerpos mortales en cuerpos gloriosos como Jesús. No solo sabemos que el Señor Jesús vendrá a concluir la historia del mundo y la historia de cada hombre, sino sabemos que la Parusía (así se llama al retorno de Jesús en los últimos tiempos) también traerá un juicio en el que Él vendrá como Juez.Al final de todo, cada uno de nosotros se confrontará con el Resucitado, y nada de aquello que es humano escapará a la valoración del Juez; eso pequeño que hiciste en favor del otro, ese acto de paciencia, esa sonrisa, ese acto de misericordia; o el egoísmo, el rencor, la perseverancia en la inmoralidad que te mata; "se deberá presentar la totalidad de las obras comunes". (Cardenal Biffi). Seremos juzgados por el amor.


¿Miedo? ¡No! Esperanza alegre 

Cambia el miedo por esperanza. Esperar una vida mejor, un encuentro prometedor, un Amor eterno donde se vean cumplidas todas nuestras ansias. Si vivimos así "la tierra llega a ser cielo si, y en cuanto que, en ella se realiza la voluntad de Dios", "la esencia del cielo consiste en ser una sola cosa con la voluntad de Dios, la unión entre voluntad y verdad".(Benedicto XVI)

Quien puede reconocer una gran esperanza en la muertee, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. El hombre necesita eternidad, el hombre se explica sólo si existe un Amor que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una totalidad que trasciende también el espacio y el tiempo. El hombre se explica y encuentra su sentido más profundo, solamente si existe Dios. 


Nosotros sabemos que Dios salió de su lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: Yo la soy resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi no morirá para siempre. 

Piensa un momento en la escena del Calvario y vuelve a escuchar las palabras que Jesús, desde lo alto de la cruz, dirige al malhechor crucificado a su derecha: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. ¡Hoy!, le dijo; no mañana, no después; ¡hoy! Así es la Misericordia de Dios. ¿Qué hizo falta? Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino,
 fue su súplica. Con una fe ciega en la Misericordia de Dios –como decía Teresita- vuelve la mirada al Señor Jesús y confía en Él. Dile cada día con confianza filial que se acuerde de ti. Sólo así vivirás una vida plena ya en esta vida y en la otra la vida eterna. Con renovada claridad vuelve a la mente las palabras del Maestro: no se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Dios se manifestó verdaderamente, se hizo accesible, amó tanto al mundo que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna..


Renueva hoy la esperanza en la vida eterna fundada realmente en la Muerte y la Resurrección de Cristo. He resucitado y ahora estoy siempre contigo, nos dice el Señor, y mi mano te sostiene
. Escúchale que te dice con amor certero: “donde quiera que puedas caer, caerás entre mis manos, y estaré presente incluso a las puertas de la muerte. A donde ya nadie puede acompañarte y a donde no puedes llevar nada, allí te espero para transformar para ti las tinieblas en luz” (San Agustín).
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos… (LG 48).


Quedo aquí a disposición tuya; medita con corazón sincero y sencillo sobre estas realidades sobre la vida después de la muerte y disponte a vivir siempre según el plan de Dios, cada día, pues no sabemos ni el día ni la hora. No vivas con un miedo “mundano”. Dios nos sostiene: que la esperanza te tenga alegre. Y no nos olvidemos: Dios es la medida de todas las cosas.

Unidos en Dios.

Hermana Antonella Sangio

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