Nosotros experimentamos en lo más profundo de nuestro ser que no somos solo seres de paso que nacen y mueren y nada más. Compartimos características con los seres vivos pero en nosotros (en el ser humano) hay un salto ontológico (del ser) que no se explica ensayando respuestas dadas íntegramente por nosotros mismos. Sabemos que no nos dimos la existencia, una existencia inquieta que está siempre en búsqueda y que sólo quien nos la dio sabe para qué y hacia dónde se dirige. Ese es Nuestro Hacedor. Por la fe que ilumina y hace más poderosa nuestra razón y nuestro saber, entendemos por fin que es Dios Padre, que imprimió su imagen en nosotros y nos dio la posibilidad de asemejarnos a Él, el lugar que permanentemente buscamos.
Entonces, ¿qué es la vida eterna? –le
preguntaron sus apóstoles- Que conozcan al Padre y a quien ha enviado, el Hijo. CONOCERLE ESTAR CON ÉL. Recordando que para amar hay que conocer y conociendo más le amamos más. Esta
es entonces la respuesta cristiana. ¿Qué hay después? Está Cristo, Cristo que
ha vencido, que ha cambiado el mundo.
Por
eso esta vida es un CAMINO, un peregrinar hacia la casa del Padre. Es un
aprendizaje diario sobre lo que es la vida, lo que soy yo, lo que Dios quiere
de mí y lo que Él ha hecho y hace por mí.
Entonces concluimos a
manera de acción de gracias que hemos sido creados por designios de amor, por
Aquel que gratuitamente ha impregnado nuestra naturaleza con muchos de sus
dones y nos ha abierto el cielo, cerrado por nuestro egoísmo y desamor, a
través del Hijo, Jesús, venido entre nosotros para señalarnos el Camino (Él
mismo se pone como Camino) y muriendo en una Cruz para llevarse con la muerte
todo nuestro mal. Así, con su victoria definitiva sobre la muerte y el pecado,
con la Resurrección, nos promete acceder a y por Él, a esa
vida eterna, a ese más allá eterno y feliz. Hablamos
de una plenitud que es la respuesta a todas esas ansias que nos mueven en esta
vida en permanente búsqueda, una búsqueda que muchas veces nos ha llevado por
lugares errados y nos ha hecho caer hondo, cuando hemos buscado al margen del
Camino. Recuerda: sólo en Dios hallas las respuestas que finalmente
aquietan tu existencia.
¿Y si no aceptas la invitación de estar con Él para siempre?
Tú eternidad sería sin Dios, sin Luz, sin plenitud, sin el absoluto para el que
hemos sido creados. La eternidad sería con ansias eternas, con desamor eterno,
con una pobreza interior y exterior tal que nos hundiría en un sufrimiento
inimaginable y para siempre. Este estado es también un “lugar”, si es que se
puede llamar así con nuestro pobre lenguaje humano, y si es el infierno. Jesús ya habló de él. ¡Cuidado con quienes, bajo la
excusa de un mal entendido “Dios es amor” (que lo es por supuesto), concluyen con
que el infierno o no existe o está vacío! ¿Dónde quedaría entonces el hecho de
que el hombre tiene ese gran e inmerecido don de la libertad que le permite
optar y amar a Dios? Ese "poder optar", -que tenemos como los
ángeles-, abrieron lamentablemente la posibilidad del “no Dios,
del no te serviré”. Ahí radica el origen del infierno, con Satanás y los
ángeles que cayeron con él en el principio y a donde caen los hombres que
eligen por “no Dios”. Ojo: Dios no predestina a nadie ir al infierno; para que eso
suceda, para destinarnos a él, es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un
pecado mortal), y persistir en él hasta el final.
Conocidos
los dos lugares a donde podemos acceder voluntariamente, el cielo y el
infierno, meditemos rápida pero no por ello superficialmente cómo será ese paso
a la vida eterna.
Continuará...
Continuará...
Espero
tus preguntas, por esta vía o por el e-mail.
Siempre
juntos en la oración.
Hermana Antonella Sangio, PES
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