«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» (Lucas 21, 7). Ésta es la pregunta que se hace todo hombre ante la realidad del fin del mundo y del tiempo. Queremos una certeza, una seguridad. Sin embargo, Jesús nos dice: “Nadie sabe el día ni la hora” (Mateo 25, 13). Entonces, ¿de qué nos sirve pensar en el fin del mundo y la consumación de la historia? El Señor este domingo te vuelve a hablar.
En primer lugar, te ayuda a
recordar que todo lo que construyen nuestras manos ha de pasar, ya sea por
deterioro o por violencia. Lo que permanece es el amor. En cada acto
pequeño de caridad está el sentido genuino del universo. Dice San Juan de la
Cruz “al atardecer de la vida me examinarán en el amor”.
Por otro lado, te recuerda que
vendrá a recapitular todas las cosas, a llevar a cabo una justicia plena. Pero,
¿de qué me sirve saber que el Señor vendrá un día, si no vuelve a mi alma, si
Cristo no habita en mí? Es duro el reproche para quienes pierden la fe al final
de los tiempos: "En verdad os digo que no os conozco." (Mateo 25,
12).
Por último, el Señor te invita a
vivir de la mano de la Providencia, sin temor al futuro aun cuando parezca
oscuro. Es Cristo quien nos espera al final. Él es el “alfa y la omega”. Sólo
temamos perder la fe. Pongamos todos los medios como si todo dependiese de nosotros,
pero recemos y confiemos como si todo dependiese de Dios. Que Él nos haga
firmes en la fe y perseverantes hasta el final. Miremos a Nuestra Madre como
ejemplo y pidámosle nos proteja del mal. No estamos solos.
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