¿Qué hay después? ¿En el
más allá?¿Al final?
Éstas
son preguntas que todo ser humano, más allá de su credo, estrato social y nivel
cultural, se hace o se ha hecho. Es un tema que no encuentra una respuesta
humana, sino de lo alto. Ya grandes pensadores han intentado demostrar la idea
de la inmortalidad del alma, pensemos en el gran Platón; pero la sola idea no
es suficiente, es más, bajo un cierto modo agrava la necesidad de respuestas:
“sobrevivimos”, ¿pero dónde? ¿Cómo? ¿Para qué? Tenemos una necesidad extrema de
certezas de todo aquello que se refiere al sentido último, a la meta, al destino.
Los hombres a lo largo de la historia han tentado encontrar respuestas por sí
solos a estas preguntas sin hallarlas con una suficiente justificación racional
o con conclusiones insatisfactorias y privadas de esperanza. ¿Por qué una gran
parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte
no existe simplemente la nada? Sobre todo sentimos que el amor requiere y pide
eternidad, y no se puede aceptar que la muerte lo destruya en un momento. El
hombre experimenta en su interior que no puede acabar todo acá y que por sus
solas fuerzas no puede justificar respuestas valederas, “sabe que debe
levantar la vista a lo Alto a la espera de una Revelación”
(Platón en el Fedón, 35)
Nosotros, cristianos que hemos oído y acogido la Palabra de Dios, sabemos que la Revelación de la que hablaba Platón existe. Y existe según la fe en Jesucristo, Muerto y Resucitado para que nuestra vida eterna, a la que fuimos llamados desde nuestra creación, pueda ser feliz, para siempre y en el cielo.
Como
comenté líneas arriba, nuestro ser está hecho
para la eternidad y para una eternidad feliz. Estuvimos durante largo tiempo
condenados a la infelicidad eterna por causa de nuestro pecado. No había solución
alguna desde nuestra parte a la ruptura con Dios. Pero el Señor volvió
hablar, volvió a tomar la iniciativa; más allá de nuestra ingratitud imperó su
amor y volvió a señalar Dios un Camino hacia la eternidad
feliz, ya no sólo el “paraíso”, mucho más: los cielos nuevos y la
tierra nueva donde tiene su morada la santidad. Dios nos ha hablado ahora último
por medio del Hijo, es Él el Camino, la Verdad y la
Vida que buscamos. La fe en Él nos da certezas esperanzadoras sobre
nuestro destino final. Certezas que no pueden haber sido creadas por mente
humana ni ganadas por mérito alguno.
Sólo el Hijo y en el Hijo de Dios vamos comprendiendo poco a poco la finalidad de nuestra existencia en esta vida y el destino hacia el que caminamos todos sin excepción. Pedimos "milagros" para no morir, el hombre busca en la ciencia todo lo que pueda extender la vida humana, y no está mal si es que no deshumaniza, pero a veces nos centramos tanto en el acá y ahora, cuando el mayor de los milagros posibles es estar listos para morir a esta vida y vivir eternamente al lado del Dios de todas las cosas.
Continuará ...
Estoy
siempre dispuesta a contestar tus preguntas, por esta vía o por el e-mail.
Hermana Antonella Sangio, PES
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